"La poesía es una manifestación de la diversidad del diálogo, de la libre circulación de las ideas por medio de la palabra, de la creatividad de la innovación".
La decisión de proclamar el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía fue aprobada por la Unesco durante su 30º periodo de sesiones que se celebró en parís en 1999.
Este día tiene como propósito:
promover la enseñanza de la poesía,
fomentar la tradición oral de los recitales poéticos,
apoyar a las pequeñas editoriales,
crear una imagen atractiva de la poesía en los medios de comunicación para que no se considere una forma anticuada del arte sino una vía de expresión.
La mujer durante la época franquista era un ser considerado menor de edad que pasaba de la tutela del padre a la de su esposo.
En cuanto a los derechos tanto de hombres como de mujeres, el divorcio no existía: había sido derogado por los vencedores de la Guerra Civil en toda España, tampoco había matrimonio civil. Además, esto se hacía con efecto retroactivo.
Todos los matrimonios civiles de la República y todos los divorcios figuraban, sencillamente, como no existentes. Los hijos habidos en esos matrimonios dejaban de ser legítimos y se convertían, por arte de magia, en naturales o de padres desconocidos.
Una mujer no podía abrir una cuenta corriente o trabajar sin permiso del marido.
Una mujer casada no podía ausentarse del hogar, viajar sola por ejemplo, sin la autorización del marido.
Oficialmente no existían los malos tratos, porque el papel de la mujer era el de servir al marido, obedecer a todas sus órdenes y no rechistar.
Ése era el mensaje que transmitía el régimen.
Si un hombre daba un bofetón a su mujer no pasaba nada. Era hasta comprensible. ¡Algo habría hecho!
La dictadura del sistema franquista se transmitía así jerárquicamente de gobernantes a gobernados y del cabeza de familia a su mujer e hijos.
Era una relación de mando y obediencia.
La mujer era ama de casa, madre y abnegada esposa.
Su cometido principal era el cuidado de los hijos y la atención del hogar. Y este modelo contaba con el apoyo incondicional de la Iglesia católica quien, a través del púlpito y del confesionario, lo fomentaba e insistía en su idoneidad.
Se aconsejaba a la sufrida esposa que cuando llegara el marido a casa, la mujer no debía agobiarlo con problemas domésticos o de los hijos, sino atenderlo, ponerle las zapatillas, servirle algo de beber, y tras la cena… estar siempre dispuesta para que el jefe de la familia pudiera satisfacer sus deseos más íntimos. La esposa como “reposo del guerrero”.